¿Nos movemos hasta el horizonte o qué?

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Cuesta hoy hacerse de espacios para pensar en el horizonte de la sociedad, las agendas de este mundo y su estado actual; a menudo en la batalla política cotidiana resultan escasas esas narrativas para poder imaginarnos más allá de la siguiente semana, o de la siguiente ley, o de la siguiente noticia. ¿Podemos crear futuros mejores? ¿Qué tipo de política con miras al porvenir podemos plantear que sea capaz de enfrentar con seriedad las condiciones contemporáneas de esta crisis que atravesamos sin caer en las trampas de la desesperanza paralizante? Esas preguntas guían hoy las inquietudes de varias cabezas.

Curiosamente hace algunos días escuché una entrevista a Íñigo Errejón donde opinaba que el horizonte que podemos ofrecer quienes pretendemos construir un mundo más viable para las mayorías, es conservador. Esto puede sonar contradictorio si lo pensamos desde los términos que durante todo el SXX han clasificado la división entre conservadores y progresistas, de hecho siempre pensamos que lxs conservadorxs quieren mantener un cierto orden tradicional y lxs progresistas quieren transformarlo. Pero en realidad ese horizonte conservador esperanzador es límite, pero también un horizonte deseable que regresa a aquello que nos ha sido negado.

Hoy el neoliberalismo ya es un teoría fracasada en el sentido de que como proyecto político no puede ofrecer respuestas a una gran parte de los problemas que tenemos, pero su caducidad no lo hace un proyecto político o antropológico menos activo, sigue estando vivo a pesar de la crisis intelectual o de la crisis hegemónica que transita. Si bien por momentos notamos que no es capaz de convencer, ha sembrado las condiciones, incluso de un tipo de ser humano y de subjetividades, para mantener su trascendencia y no ha sido desplazado aún como un régimen que gestiona nuestros deseos, la distribución de los recursos y nuestra forma de proyectar el futuro.

Ese neoliberalismo que ha puesto patas arriba la inmensa mayoría de las formas de vida y de las certidumbres que antes estructuraban nuestros proyectos vitales y esto significa que en realidad, pese a que buena parte de las derechas lo sigan enarbolando como bandera, su modelo de sociedad ya es incompatible con el mantenimiento de la familia, de una mínima certeza de vida, de la ciudadanía, el trabajo y el ambiente. El neoliberalismo y sus rostros partidarios que van mutando de nombres a lo largo y ancho de nuestra sociedad, es crecientemente incompatible con la sostenibilidad de las naciones como espacio de seguridad, soberanía e identidad y por supuesto es absolutamente incompatible con la supervivencia de la vida en el planeta, y en ese sentido, estamos en una carrera contra los límites biofísicos del planeta entendiendo que ésa es una carrera que sólo podemos perder.

Hoy el horizonte más radical que podemos ofrecer quienes formamos parte del Frente de Todxs y creamos cada día un proyecto político común, es el horizonte que contempla una pausa, el de detener la velocidad en la que vivimos y en la que se suceden los fenómenos sociales, el de liberar tiempo para la vida, para los afectos y para generar capacidad de decidir en la polis, al fin de cuentas de intervenir colectiva y participativamente en la cosa pública. Nos mueve ese horizonte verde, y no el conservacionista de preocuparnos sólo por el ambiente o el pañuelo del aborto, sino el de preocuparnos por vidas más placenteras. Debemos entonces dar paso a la disputa en el concepto de bienestar y de felicidad, no sólo como satisfacción de las necesidades individuales sino como el derecho a vivir vidas que puedan ser gozosas.

La pregunta con la que inicié esta nota y que anda flotando, sobre todo en tiempos de pandemia y en un año electoral, es si podemos construir un mundo más vivible y si caminamos hasta el horizonte ¿o qué? y en esa línea es el neoliberalismo con sus partidos y sus listas, el que nos propone como horizonte/vida una carrera histérica plagada de medicamentos, aplicaciones, pobreza, violencia sistemática, competencia, neuróticos y agrotóxicos; y estas cuestiones deben ser políticas, totalmente políticas. A menudo parecen cuestiones de la vida cotidiana, pero como decimos en los feminismos, lo personal es político; acaso  ¿no vivimos, amamos, comemos y votamos como el neoliberalismo nos lo imprime en nuestros cuerpos, en nuestras palabras y nuestras mentes?

No toda la política se hace electoralmente y creo necesario que debatamos ciertos tejidos que funcionan y operan en nuestra diaria, porque cuando se abren las urnas: la derecha y sus apellidos ya van ganando y ésto es así porque sólo tiene que proponernos la extensión de aquellas subjetividades y de aquellos comportamientos que reproducimos diariamente en el mercado, en lugares de consumo, industrias culturales, pantallas, en sus formas de enunciar las relaciones, el trabajo, los vínculos y el ocio.

La derecha no necesita aclararlo en su plataforma electoral y no lo va a hacer, pero nos está diciendo una y otra vez que no confiemos en nadie que tenga intereses colectivos y que no nos dejemos engañar; que vayamos por lo propio porque estamos solxs y debemos maximizar nuestro bienestar sólxs porque estamos en una jungla y pisas o te pisan. Y claro, como bien sabemos ésa es una idea que ya se reproduce todos los días: cuando en los trabajos se atacan las negociaciones colectivas y privilegian los puestos personales y la gente en puestos de precariedad que recién ingresa aprende que es posible que si te sindicalizas te echen, pero si te dedicas a ser servil con el jefe es posible que te asciendan, esa persona seguro aprende algo que le parece muy mal, pero a la vez aprende que el mundo es así y justamente cuando nos decimos que el  mundo es así decimos que el mercado es así. Esos son los sentidos que la derecha le viene a proponer al pueblo en un programa político electoral y de gobierno, lo que nos dicen es que nos comportemos como en el trabajo y como en el mercado.

En nuestro horizonte de Todxs por el contrario, lo que hacemos es explicar que los comportamiento cooperativos, colectivos y comunitarios son los que nos hacen a todxs ser más libres y hoy necesitamos no sólo producir esas ideas hacia ese horizonte, sino además reproducirlas con ejemplos cotidianos que nos demuestren que la cooperación nos ofrece más seguridad y libertad. El horizonte amigxs es el de la justicia social y la transformación ecológica y vincular. Sí existe esa posibilidad de elegir entre una vida o un modelo de desarrollo y caos capitalista y neoliberal o escoger una pausa por lo lento, lo pequeño, lo cercano, lo compartido.

Las apuestas más radicales son las que inciden en la vida cotidiana, las que no vienen sólo a discutir los bienes o la transformación fiscal, aunque sepamos que son proyectos políticos que hay que anclarlos también en el horizonte que nos convoca, las que más allá de eso no pierden de sus narices la disputa del deseo. No sólo somos banderas de justicia, libertad y soberanía sino también de felicidad; del derecho a que todas y todos vivamos, que no sólo unxs pocxs puedan disfrutar un poco de tiempo si son propietarixs y tienen mucho si realmente no hay garantías de que todo el mundo puede tener una vida libre de miedos.

Ana Paula Alegre, periodista y locutora. Diplomada en medios comunitarios

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