Ganadores y perdedores del escandaloso caso Kueider

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Por Néstor Belini

La Política es la gran perdedora del affaire Kueider. En un contexto global de ataque al sistema democrático y al Estado como reguladores de la vida en sociedad, la detención en el extranjero de un senador de la Nación con dinero del que no ha podido dar certezas de su procedencia, en el contexto de la aprobación de una Ley que reconfiguró regresivamente el escenario institucional argentino, deteriora todavía más, si es que se puede, la imprescindible herramienta que tiene el Pueblo para intentar cambiar un destino de miseria y hambre y la relación con sus funcionarios.

Cuando todavía nada parece indicar que el escandaloso caso del senador entrerriano por el peronismo, Edgardo Kueider, vaya a ingresar en una etapa de sosiego después de días de frenesí informativo, se hace necesario correrse del tsunami de noticias y tratar de analizar qué queda en pie, qué deberá reformularse y qué, definitivamente, no puede volver a suceder.

Los primeros abordajes realizados al calor de la indignación por lo obsceno de la situación se encontraron con lo que pareció una paradoja: el Gobierno nacional, con sus internas incomprensibles, salió a tratar de mantener a Kueider en su banca; mientras que el peronismo, también con sus internas insufribles, pedía a los gritos la expulsión del “¿traidor?”.

La dinámica política y el debate público expuso que los “principios libertarios-anarco capitalistas” de lucha “a muerte” contra la corrupción de los otros para proteger a los “argentinos de bien”, cedieron ante el “horroroso” pragmatismo de la Política. Así, la banca que dejó la expulsión de Kueider se tornó decisiva para el Gobierno nacional porque le permitía mantener cierto orden en un Congreso donde no logra hacer pie por falta de legisladores propios, por groseros errores en el manejo del reglamentos de la Legislatura y de las dinámicas parlamentaria y por el fanatismo que le impide generar acuerdos ante situaciones en las que arreglos mínimos, permitirían destrabarlas.

Para que la Política sea posible hay que tener voluntad política, voluntad de acordar y no de imponer o “comprar”. Nada nuevo bajo el sol. No hay una nueva Política que llegó para defender “la libertad”. Siempre se trató de intereses económicos: se gobierna para que los trabajadores argentinos tengan trabajo y perciban un salario justo que les permita vivir como seres humanos, para que los empresarios nacionales y los productores agrícola ganaderos produzcan y generen riqueza o se lo hace para beneficiar aún más a los “históricos” privilegiados, que no son ni los niños ni los jubilados, y menos los trabajadores y pequeños y medianos empresarios y productores rurales.

También alimentan la separación entre el Pueblo y sus funcionarios las sospechas de que el dinero que el ex senador no ha podido justificar todavía podría ser dinero mal habido porque sería el pago por haber destrabado el tratamiento de la Ley Bases y su posterior aprobación, aun cuando numerosas voces autorizadas alertaron sobre el carácter inconstitucional del mamotreto que reconfigura las relaciones sociales, laborales y políticas en Argentina. Incluso, la Ley Bases está en la Corte Suprema de Justicia de la Nación para dictaminar sobre su constitucionalidad.

El affaire Kueider puso en exposición los intereses de una parte de la dirigencia que sin distinción de banderas partidarias y desde hace al menos tres décadas viene dándole la espalda a la construcción de un país y una provincia independientes y con un fuerte perfil productivo, dejando atrás el destructivo modelo de valorización financiera del capital.

Se trata de una “casta”, de un grupo de profesionales de la política especializado en la rosca y los acuerdos a espalda de la sociedad y peor aún, de espalda a la base social que los ubicó en cargos ejecutivos o legislativos para que los representen y lleven sus inquietudes y necesidades a la Legislatura y al Ejecutivo; pero que solo es eso, no son representativos de la actividad Política.

Conductas como la de Kueider, los abordajes que de ella se hicieron, las expresiones indignadas pero vacías que se escucharon y el ordinario juego de tirarse “por la cabeza” con el cadáver del ex legislador ante la mirada de una sociedad que no puede reponerse del furibundo golpe la bolsillo que viene soportando desde diciembre, solo alejan a los ciudadanos de la Política.

Alimentan un vector antipolítica que se viene desplegando desde hace décadas, al menos en Occidente, para despojar a las sociedades de la única herramienta con la que cuentan, por ahora, para modificar estados de situación que les son adversos. El affaire Kueider tuvo un solo ganador: el estilo Trump-Milei de hacer política, sin Estado y con una organización social articulada como una empresa. Y un único perdedor: el Pueblo.

Aún queda en pie la Política. Es necesario volver a reivindicarla como el instrumento que tienen las sociedades para definir su destino nacional, para que no quede subordinada a las roscas de profesionales y acuerdos de ¿traidores? que solo pretender seguir ocupando cargos en el Estado desentendiéndose de aportar a crear un país y una provincia que incluya a las mayorías.

También se necesario instar la participación ciudadana en los partidos políticos, convocarla a volver a concurrir a las sedes partidarias a discutir y definir el modelo de ciudad, provincia y país que se le va a proponer construir a la sociedad. No va ser con el dedo mágico que designa candidatos que cuando asumen le dan la espalda a su electorado, y peor aún, se la dan a los intereses nacionales.

Definitivamente no puede volver a suceder un escandaloso hecho de corrupción como el que protagonizó Kueider, a quien se pescó infraganti con dinero del que no pudo dar certezas de su procedencia. Las sospechas crecen al analizar el contexto. Kueider fue detenido a pocos meses de haber votado una de las leyes más dañinas para las mayorías y muy beneficiosa para el capital concentrado nacional e internacional. No puede volver a suceder que haya una casta política millonaria que en tándem con otras castas, la empresarial y la judicial, destruyan el vínculo que une a un Pueblo con sus funcionarios.

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