Dos años de sequía récord han asestado un duro golpe a lo que podría considerarse la economía sostenible más exitosa de Amazonía: la pesca gestionada del gigantesco pez pirarucú. En el estado de Amazonas en Brasil, casi 6.000 ribereños autorizados para pescar han reportado una fuerte caída en la producción y un aumento en los costos. Solicitan ayuda del gobierno federal y debaten cómo adaptarse al cambio climático.
La captura del año pasado alcanzó 70% de la cuota autorizada por el gobierno de 100.443 peces. Este año podría producirse una disminución aún más pronunciada, ya que muchas comunidades aún no han podido pescar. La temporada va del 1 de junio al 30 de noviembre.
La pesca gestionada del pirarucú comenzó en Amazonía hace 25 años, en la región de Mamirauá, y desde entonces se ha expandido. Ayudó al pez más grande del Amazonas a escapar del peligro de extinción y ahora es una importante fuente de ingresos para los habitantes en 10 unidades de conservación sostenible y ocho territorios indígenas, donde la deforestación es casi nula.
A diferencia de otras especies acuáticas de Amazonía, como los delfines de río, el pirarucú —también conocido como arapaima— ha demostrado históricamente ser resistente a la sequía y al cambio climático. Pero los bajos niveles del agua hacen extremadamente difícil que los pescadores transporten su captura desde los remotos lagos a los ríos principales y luego a las ciudades.
Es una tarea colosal. El pirarucú, que puede pesar hasta 200 kilogramos (440 libras), vive en grandes lagos que, durante la temporada de inundaciones, suelen conectarse con ríos principales. La pesca generalmente ocurre cuando los niveles de agua comienzan a disminuir, lo que facilita la captura y transporte de los peces en pequeñas embarcaciones o canoas. Sin embargo, en varias áreas, los niveles de agua bajaron tan rápidamente que esta conexión se interrumpió antes de que pudiera comenzar la pesca.
En la comunidad de São Raimundo, en la región de Medio Jurua, la pesca comenzará el sábado, con un retraso de dos meses —una situación común en esta temporada. Como resultado, Coletivo Pirarucu, una organización coordinadora que representa a 2.500 familias ribereñas e indígenas, ha solicitado que el gobierno federal extienda la temporada de pesca hasta finales de enero.
Incluso en los grandes ríos, la navegación se ha vuelto problemática, lo que ha aumentado los costos y la incertidumbre entre los pescadores. Normalmente, toma de tres a cuatro días transportar peces desde el municipio de Carauari —un importante productor de pirarucú— hasta Manaus, la ciudad más grande de Amazonía. Durante el pico de la sequía, el viaje aumentó a 10 días, y el precio del flete se ha duplicado.
Sin importar lo resistente que sea el pirarucú, no es inmune al cambio climático, según el investigador Adalberto Luis Val del Instituto Nacional de Investigaciones Amazónicas. Afirma que el aumento de las temperaturas y las graves sequías exacerban el “trío mortal” para todos los peces: agua más cálida, más dióxido de carbono y menos oxígeno.
El pirarucú evolucionó para respirar aire, pero está lejos de ser invencible. “Ningún pez puede regular su temperatura corporal”, dijo Val. “Luego está la escasez de agua. A medida que su nivel baja, comienza a producirse una gran cantidad de material suspendido, lo que lleva a la acumulación de lodo. Éste se adhiere al área de las branquias, bloqueando los procesos que ocurren allí”.
Coletivo Pirarucu teme que las condiciones empeoren en las próximas décadas, y sostiene que los pescadores deberían tener derecho a una compensación por las pérdidas causadas por el cambio climático. “Esta crisis no solo pone a prueba la resiliencia de las comunidades, sino que también destaca la urgente necesidad de estrategias de adaptación y mitigación del cambio climático”, afirmó la organización sin fines de lucro en una carta abierta la semana pasada.
En una respuesta por correo electrónico, James Bessa, un funcionario federal que supervisa la gestión del pirarucú, dijo que Ibama, la agencia ambiental de Brasil, ya trabaja con otros organismos públicos y asociaciones de pesca locales para reducir el impacto de eventos extremos como sequías e inundaciones. Dijo que hay planes para iniciar estudios científicos y un seguimiento más cercano para proporcionar información sobre formas de apoyar a las comunidades ribereñas e indígenas en el mantenimiento de sus actividades pesqueras.
Adevaldo Dias —un líder ribereño que preside el Memorial Chico Mendes, una organización sin fines de lucro que asiste a comunidades tradicionales no indígenas— afirma que adoptar políticas públicas adicionales para ayudar a los pescadores es una cuestión de justicia climática.
“Los pueblos indígenas y ribereños tienen un impacto mínimo en el medio ambiente”, dijo Dias. “Sabemos que conservar el bosque nos beneficia a nosotros y a quienes están fuera de él. Y cuando ocurren eventos climáticos extremos, ellos son los más vulnerables”.
Fuente: AP Noticias