En primer lugar, todos los cargos que he ocupado por la voluntad popular han sido por la Unión Cívica Radical, con lo cual, no tengo que dar demasiadas explicaciones. Escribo estas modestas reflexiones como argentino, como dirigente político y, fundamentalmente, como un humilde apasionado por la historia institucional de la Argentina.
Lamentablemente pareciera que somos un país que está condenado a repetir una y mil veces los mismos errores y los mismos enfrentamientos que lo único que logran es que la Argentina, no solo no avance, sino que retroceda.
Cuando en 1851, Urquiza hizo el Pronunciamiento para advertir lo que estaba ocurriendo con Juan Manuel de Rosas, hubo muchos intereses mezclados que calificaban lo de Urquiza como un arrebato caudillesco que no tenía nada que ver con el país que soñaban los que seguían mirando a Europa como modelo a seguir.
Urquiza, además de hacer la Batalla de Caseros, buscó al más lúcido intelectual, que era Juan Bautista Alberdi, y puso a consideración de todos una Constitución acorde a lo que podíamos aspirar a ser como Nación.
Ahí Buenos Aires mostró también sus garras; ahí Buenos Aires provocó todos los obstáculos posibles y tardó todo lo que pudo hasta integrarse a la Argentina como Nación.
Muchos fueron los hechos que ocurrieron hasta que logramos la institucionalidad del país.
Curiosamente fue Buenos Aires, en lo que es hoy la provincia, pero fundamentalmente lo que finalmente terminó siendo la Capital Federal, quien más se opuso a aceptar una idea de país federal.
Cuando surgen Hipólito Yrigoyen con Leandro N. Alem, tratando de hacer de la política una herramienta fundamental para la decisión de por dónde debía avanzar la Argentina en términos democráticos y a través de los partidos políticos, los sectores más reaccionarios y conservadores se opusieron tenazmente a la idea de que el voto del patrón pudiera valer igual que el voto del peón.
Los sectores conservadores se habían apoderado y mantenido sus lugares en provincias y en el Senado, a tal punto que impedían que se concretaran decisiones estratégicas como lo fueron el reconocimiento de los derechos de los trabajadores o la nacionalización del petróleo.
Y finalmente, fue la Corte Suprema de Justicia de la Nación, a la cual a alguno de sus miembros Yrigoyen los había respetado y los mantuvo en su lugar como una manera de demostrar la independencia, la que avaló y le dio respaldo jurídico nada más ni nada menos que al golpe de estado del 6 de septiembre de 1930, que derrocó a Hipólito Yrigoyen.
Hoy, para no hacer extenso el relato, la Corte Suprema de Justicia de la Nación vuelve a poner en tela de juicio la potestad del Estado Nacional por sobre las provincias, o en este caso, por sobre el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Una pandemia que en todo el mundo ha sido definida como una peste terrible para la humanidad, y donde todos los países han puesto y acatado las decisiones que sus gobiernos nacionales van tomando para salvar a la población, es aquí en la Argentina donde ese concepto básico de respeto al Estado Nacional no se cumple.
La oposición utiliza por estas horas y estos días cualquier elemento para provocar desgaste al gobierno.
El gobierno tiene muchos defectos y tiene muchos errores, de los cuales el radicalismo debería hablar, señalar y a partir de lo cual formular propuestas superadoras, pero no puede ser parte de una oposición donde todo valga y todo esté sujeto a buscar un rédito electoral.
El fallo de la Corte, a medida de los designios del Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que con una casualidad increíble es pariente de uno de los miembros de la Corte Suprema que convalidó el golpe contra Yrigoyen, deja antecedentes terribles para un proceso de unidad nacional y de fortalecimiento de las instituciones en el país.
En los primeros meses de la pandemia el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires acompañó, como todos los gobernadores, las decisiones que iba tomando el Estado Nacional respecto de la pandemia. Hasta que de pronto, seguramente los sectores más duros de su partido, le empezaron a señalar que había que ser mucho más duro y opositor aunque se trate de una pandemia y aunque sea a costa de la vida de los argentinos. A partir de eso cambió su posición y se volvió un opositor a las medidas, mientras que el conjunto de los argentinos hemos quedado como espectadores de lo que pareciera ser el gran problema nacional sobre la presencialidad o no de los alumnos en las escuelas de la Capital Federal, transmitido por los medios de comunicación nacionales desde hace casi una semana.
Siempre recuerdo y aconsejo, primero a aquellos radicales que repiten muy poco los valores históricos, y a militantes de otros partidos populares, que relean el discurso de Leandro Alem cuando se trató la capitalización de la Ciudad de Buenos Aires. En ese discurso, Alem se refirió a los males que le iba a acarrear al país esa capitalización y cómo íbamos a volver a poner en discusión la idea de un país cuasi unitario por sobre una idea de organización federal.
En 1994 se sancionó la reforma de la Constitución Nacional, que dentro de sus artículos más importantes establece la necesidad de una ley de coparticipación. Llamativamente, o coincidentemente, la Argentina no será una república, como le gusta hablar a muchos y a muchas, hasta que no tenga una ley de coparticipación.
No sería extraño que los sucesivos gobiernos que no han avanzado en la sanción de una ley de coparticipación hayan sido influenciados por el poder central de la Capital Federal o por los desacuerdos lamentables de las provincias que no han tenido visión de futuro. Son esas las cosas que hay que definir para hacer del país un país moderno, y lograr un desarrollo armónico y sustentable para todas las provincias que forman parte de la república.
La alegría exteriorizada por el fallo de la Corte por parte de algunos sectores de mi partido, y de dirigentes de otros partidos que integran Cambiemos, me llama mucho la atención. Si pretendemos ser gobierno en esta provincia y en la República Argentina, no podemos ni debemos alentar que cualquier cosa valga para ser oposición, y que todo esté en tela de juicio, hasta la idea de Nación a la hora de juntar un voto.
Aquí no estaba ni estará nunca en tela de juicio la autonomía que tiene el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Aquí no está en duda, ni podía haberlo estado, cuales son las potestades que tiene el gobierno nacional frente a un estado de pandemia, y mucho menos está en crisis la autonomía o el federalismo en la República Argentina.
Cuando escuché al presidente de mi partido plantear de manera casi liviana y graciosa la posibilidad de separar a la provincia de Mendoza como parte del Estado nacional, me sentí avergonzado, apabullado y casi sin respuestas a tamaña propuesta que solamente busca ganar algunos centímetros de publicidad en los medios nacionales.
Los radicales fuimos víctimas desde 1916 de muchos tipos de intolerancias, sobre todo de los sectores más reaccionarios y conservadores. También fuimos víctimas del peronismo cuando éste hacía una oposición cuasi salvaje para que nos fuéramos de los gobiernos casi escupiendo sangre. Y tal vez, el radicalismo cometió algunos errores frente al peronismo cuando no gustaban determinadas medidas ni restricciones a las libertades que Perón aplicaba en el país.
El país atraviesa una crisis económica, social y, fundamentalmente, de salud producto de esta pandemia. Si los dirigentes políticos no somos capaces de sobrevolar la cuestión mezquina del electoralismo y somos capaces de cabalgar por sobre las víctimas de esta pandemia y no encontramos los denominadores comunes que debemos exhibirle al pueblo para salir de esta crisis, que no llame la atención que el pueblo se desanime de acompañar a partidos populares y comience a pensar en propuestas extrañas a la vocación democrática o comience a pensar en salvadores que ya hemos visto como terminan esas experiencias en otros países.
Pensar en lo que hay que corregir, proponer donde hay errores o desaciertos del gobierno y señalar como haríamos nosotros los cambios que hay que hacer, debe ser la manera como el pueblo va a volver a ver un partido con identidad política y con vocación de poder, que es lo que quiero volver a ver yo en el Radicalismo.
Fuente (Analis digital)